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Únicos e Irrepetibles

Yo en Porto Seguro
Como no lo habíamos hecho nunca, esa tarde con Hueso,hablamos de mujeres.
Entre nosotros, el tema siempre fue tratado a nivel “minas” y era una especie de contabilidad sobre nuestras experiencias: La morocha del 4º; la que vive encerrada con sus gatos; la que se mete en tu casa cuando el marido se va a trabajar; la que se baja del tren a las 9:15; la que lleva su caniche al campito…
Algo meramente numérico, como corresponde a una conversación entre machos.
Pero esa tarde, ya sea por un par de ginebras o porque en serio nos afectó la muerte del poeta más desacreditado del barrio de caballito, nuestro lamentable y común amigo Hesperidina, y no estábamos con ánimo de tratar banalidades, empezamos hablando de minas para inmediatamente comenzar a hablar de mujeres y confidencia va, confidencia viene, nos descubrimos ambos enamorados de la misma mujer.

Él desde hace unos 5 años, yo desde hace unos meses apenas.
Pero –ojo- no calientes, porque ambos en su oportunidad, algo tuvimos con ella.
Estamos e-na-mo-ra-dos con todas las letras de Abril, la divorciada que vive sobre Bacacay…esa flaca que tiene los dos perritos rompebolas, que despiertan a todo el barrio cuando salís de su casa medio dormido tipo 6 de la mañana.
Dentro del deshabitado bar La Fosa, nuestras confidencias sonaban como pistoletazos, pero el único que podría haberlas escuchado era Heriberto el mozo, que dormitaba detrás del mostrador, haciendo como que leía Parerga y paralipómena de Schopenahuer.
-Lo tuyo, Canuto –me dijo Hueso después de haber vaciado su segundo vaso de ginebra- es de ahora, es reciente hermano. Yo vengo remándola desde antes de separarme de la gringa, pero no hay caso che, nunca pasé de ser un touchandgou para la flaca.
Encamotado como ando, estaba por responderle que le creía, porque en ese estado, considero que Abril es una mina única, cuando de repente sentí como si alguien hubiera abierto las puertas de un horno a mis espaldas.
Dándome vuelta, vi a Germán, el Eterno, mirándome desde la mesa que siempre ocupa junto a la ventana, con sus dos vasos de ginebra en ella.
-Nadie es único e irrepetible, Canuto –dijo tranquilamente Germán, el Eterno a modo de saludo, mientras dejaba muy suavemente el vaso derecho sobre su mesa- todos somos una de cientos de copias de algún otro.
Me sorprendió verlo ahí, porque hacia apenas un instante, la mesa estaba vacía, Heriberto el Mozo continuaba con el libro de Schopenhauer, sin haberse movido de su sitio, la puerta del bar, desvencijada y chirriante, no había sido abierta –la hubiéramos escuchado- y sin embargo ahí estaba adivinando mis pensamientos, con sus dos vasos de ginebra llenos.
Uno jamás se acostumbra a estas cosas extrañas de Germán, el Eterno...
Su mirada delataba cansancio, mucho más cansancio del que puede producir una mala -o una excelente- noche.
-En nuestro egocentrismo creemos que somos irreproducibles. –continuó Germán, el Eterno, sin darnos tiempo a que lo saludemos o amaguemos sumarnos a su mesa, que es la que mejor vista tiene de la gente que va o viene desde la estación de trenes- Estamos convencidos de que cuando por fin se extinga la llama que nos señala, ya jamás habrá alguien parecido a nosotros en todo el universo.
No solo su voz sonaba extraña, sino que no hizo el típico ademán de invitarnos a sentarnos con él a compartir charlas y bebidas.
-Querrá estar solo, ¡vaya uno a saber de donde –o de cuando- viene!-pensé.
Con Hueso, esperamos a ver si continuaba hablando. Cuando advertimos que no lo iba a hacer, nos miramos en silencio y sin ponernos de acuerdo, continuamos con nuestras confidencias en un tonito un poco más bajo.
-Heriberto, llename el vaso derecho y de paso, alcanzame el libro ese que estás leyendo, por favor –dijo Germán, el Eterno, después de unos minutos, con la voz pausada y profunda que suele tener cuando está cansado.
Que Germán, el Eterno quiera leer un libro en La Fosa, es raro, pero mucho más raro es que pida leer un libro obra de otro misógino empedernido, de quien en varias oportunidades, aseveró que no le gustaba nada lo que escribía.
-Canuto, acercate que quiero mostrarte algo- dijo cuando ya tenia el vaso lleno y el libro en su manos.
Esperanzado en saber por donde había andado Germán, el Eterno, me acerqué con mi vaso a la ventana, dejándolo a Hueso rumiando sus males de amor.
-Vos leiste este libro ¿no? –me preguntó sin invitarme a sentar.
-Si, dos o tres veces y algunas otras veces lo leí de a fragmentos, comenzando por cualquier lugar.
-Dejando de lado lo que dice, ¿qué te pareció la obra en sí? -volvió a preguntarme.
-Y…es una edición muy cuidada. Las tapas bien elaboradas, el tipo de letra grande, tiene un prólogo de Borges…
-¿Estás seguro que leíste este ejemplar o fue el otro de esta misma tirada, que está en la biblioteca del bar?
-Realmente no se, quizá éste, quizá el otro. Cuando tengo ganas de leer, manoteo un libro sin fijarme si es el ejemplar que estaba leyendo o el otro. Ambos son iguales. ¿Por qué?
Germán, el Eterno bebió un trago prolongado de su vaso izquierdo antes de responderme.
-Te habrás dado cuenta, Canuto, que pese a lo cuidado de la edición, a este ejemplar, por ejemplo, se le deslizaron 3 errores: en la página 19, hay una j donde debe haber una h; en la 12, pasa lo mismo entre una h y una g y en la 49 entre una u y una o (1) (2).
-Si…quizá lo haya notado, pero son errores insignificantes y en el contexto de lo escrito, no ocasionan inconvenientes de interpretación, por eso no le di bola.
-Claro, suele pasar así. Vos notaste que tenía pequeños errores. Al leer el otro ejemplar, también encontraste errores y supusiste que eran los mismos.
-¿No son los mismos? -pregunté- Pero, si es la misma tirada, deberían serlo.
Ya había logrado intrigarme Germán, el Eterno.
Era conciente de que me estaba diciendo algo importante, pero aún no lograba identificar cuál era el meollo de la cuestión que quería transmitirme, y que seguramente estaba relacionada con su viaje de esta tarde.
-No se…los leí. Quizá haya agarrado este o el otro y sabiendo que en esa edición se produjo un error, la segunda vez ya no me llamó la atención encontrar el tal error.
-No, no es el mismo error ni en las mismas páginas –agregó mientras dejaba sobre la mesa, sin haber bebido, el vaso derecho- Podés cotejarlo vos mismo si tenés tiempo y ganas. Pero créeme, es así como te digo.
-No dudo de vos –agregue innecesariamente.
-Si estos dos libros y todos los de esta edición, o de cualquier edición tuvieran conciencia, se pensarían a si mismos como “únicos e irrepetibles” porque se sabrían diferente a los otros, precisamente por esos pequeños “errores”, o porque son décimas de milímetros mayores o menores; o porque el papel tiene una leve tonalidad diferente…
Llegado a este punto, Germán, el Eterno se quedó mirando el vacío tras la sucia ventana de La Fosa, como buscando las palabras que a continuación me dijo:
-Pero cualquier lector, por más cuidadoso que sea, al leer uno de estos ejemplares –retomó el tema, volviendo de donde lo había llevado su mente- diría como dijiste vos: “Si, leí a Parerga y paralipómena”, porque ¿qué le hacen 2 o 3 letras de diferencia en cientos de miles que puede tener un libro?
Mirándome con su mirada sin tiempo agregó:
-El dios que nos lee a nosotros, ineficiente y descuidado, como podrás apreciarlo Canuto –dijo señalando a dos chicos de menos de 8 años que aspiraban pegamento en la otra vereda- quizá no encuentre ninguna diferencia entre vos y tu Abril, la Única… ¿o acaso pensás que si Adolph Hitler hubiera muerto en la primera guerra mundial, no se hubiera producido la segunda?
-No, por supuesto que no. En el contexto socioeconómico de la época, era inevitable la segunda…-comencé a tratar de dar cátedra, siendo interrumpido por Germán, el Eterno.
-Eso, Canuto, es lo que crees vos. Pero la realidad es que había miles de Hitler dando vueltas en 1933, así como hay miles de Bush o de Abril en 2010. El dios que nos lee es estúpido e ineficiente, pero sabe que no debe jugar a los dados con el universo. Genera muchas personas de un mismo tipo y cada una de ellas se cree diferente al resto porque así presumen que lo señala un par de letras que no hacen a la esencia de la diferencia, fundamentalmente porque para quien tiene que “leerlos”, esa diferencia es invisible.
Se detuvo bruscamente y repensando lo dicho, dijo:
-Cuando la cantidad de letras "cambiadas" son las suficientes, el libro deja de ser "Parerga y paralipómena" y pasa a ser, que se yo, "Pinocho", o "Las mil noches y una noche", pero el cambio es muy paulatino. Nadie podría asegurar donde deja de ser uno para transformarse en el otro.
Hizo uno pausa larga, más larga que lo necesario, para beber un sorbo de su vaso izquierdo. Luego, sin desviar su vista de la ventana, agregó:
-Y las diferencias que nosotros vemos entre nosotros, no son significantes. No lo son ni el color de pelo, ni el sexo, ni la estatura, ni la renguera de algunos...
Su mirada se perdió en el techo del bar, buscando otro ejemplo. Cuando lo halló, me dijo, siempre mirando hacia arriba:
-Muy difícilmente en un campo sembrado de trigo, Canuto, distingas una planta de otra, pese a que son seres vivos que nacen, se desarrollan, se reproducen y mueren y cada una de ellas, de poder hacerlo, te diría que es única e irrepetible.
Giró su cabeza y mirándome fijo a los ojos, agregó
-Formamos parte de uno de los campos sembrados de humanos. Quizá vos y Abril, la única, sean exactamente iguales...o vos y yo, Canuto, lo seamos...y ¿andá a saber quién es la persona que tiene todas las letras del libro en el orden exacto, sin errores?
Dicho esto, Germán, el Eterno, bebió un sorbo de su vaso derecho y se puso a mirar atentamente a cada una de las personas que pasaban frente al bar. Después de un minuto de silencios, entendí que ya no iba a hablar más sobre el tema.
Afuera, la tarde dejaba paso a la noche. La gente iba apurada rumbo a la estación; el tránsito como siempre desordenado se hacía peor cada vez que bajaban la barrera.
Aún sin aprehender el significado de la charla de mi amigo, me acerqué a Heriberto, el Mozo y le pagué las ginebras que habíamos tomado con Hueso, a quien saludé con el brazo, de lejitos nomás.
Me sentía halagado por ser, quizá, igual a Abril, la mujer de la que me estoy enamorando o a Germán, el Eterno, un capo en cualquier cosa, salvo en cantar.
Yo sabía que a esa hora Abril estaba llegando del trabajo, y como casi todas las tardes me dirigí a encontrarla “casualmente” en la cuadra donde está Bagatela, del otro lado de la estación, a veces solo para decirle hola y darle un beso en la mejilla, otras para acompañarla a su casa a tomar algo y combinar algo más, …pero los bocinazos de un tren a la gente que, pese a la barrera baja, seguía cruzando, me distrajeron de ese pensamiento y mientras miraba pasar el tren, parado a escasos dos metros de las vías, volví a sentir, como siempre me sucede, el vértigo de las ruedas atrayéndome hacia su tracatrac tracatrac tracatrac hipnotizante.
Veía hundirse las vías por el peso del tren y me imaginaba siendo triturado por ellas, mientras el mundo, girando, se desvanecía en rojo, acompañando los gritos de espanto de los ocasionales testigos.
De repente, me di cuenta que si yo fuera arrastrado por ese vértigo, accidentalmente o no, nada se perdería.
Hay miles de Canutos dando vueltas por cualquier ciudad del mundo. Me sentí un árbol más del bosque que habita Buenos Aires, igual a esos tres muchachotes que en las escaleras del puente, estaban fumando porros, igual a la señora que le grita a su celular, igual a cualquiera.
Antes de que terminara de pasar el tren, ya había decidido no encontrarme “casualmente” con Abril y, lentamente, volví a mi casa, pensando ¿a quién sería igual Abril ante la persona que debe “leernos”?, ¿a quién Hugo?, ¿a quién yo…?
¿Hay un original de cada libro? ¿Será Germán, el Eterno un “original”?
Al pasar frente a La Fosa, evité mirar hacía allí. Sabía que adentro estaba Germán, el Eterno, de quien sentí su mirada examinándome muy profundamente, recorriendo una a una mis ideas.
Corrí porque comenzaba a llover... (esa fue mi íntima excusa).

(1) En su cuento La Lotería de Babel, Borges dice: “No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares”. Borges, Jorge Luís. Ficciones pág 64. Buenos Aires, Emecé, 1988


(2) JHU son las iniciales del nombre real del autor de este cuento.

EL OBJETO MÁS GRANDE DEL UNIVERSO

¿HAY OTRO OBJETO MÁS GRANDE EN LA LITERATURA UNIVERSAL?
"A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro." j.l. borges “la biblioteca de babel”
En “la biblioteca de babel”, borges se encarga de describir exactamente la capacidad del libro típico que está en ella, el que tiene cerca de 1.312.000 letras cada uno.
En cada hexágono hay 160 libros iguales.
“...Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas...” j.l. borges “la biblioteca de babel”
Partiendo de la forma de construir los libros, podemos afirmar que el primero de ellos, tiene 1.312.000 letras “a”; el segundo tiene 1.311.999 letras “a” y la primera letra del libro es una “b”; en el tercero, la segunda letra es una “b” y así sucesivamente hasta que la “b” haya ocupado las 1.312.000 posiciones posibles
O sea, que hay 1.312.001 libros dedicados únicamente a la letra “a” como principal y una sola letra “b” moviéndose metódicamente a través de los renglones y de las páginas, hasta llegar al final.
Lo que sucede con la “b”, sucede después con las demás letras..y también sucede utilizando 2... 3... 4... 25 letras y colocándolas en distintas partes de un libro y haciendo variar la posición de una de ellas o de algunas o de todas ellas
Libros más, libros menos, la cantidad total de libros que contiene la biblioteca, sería de 1.312.000 elevado a la potencia 25, o sea 8,8786E+177 libros (88.786 seguido de 173 ceros).
El número de átomos que tiene el universo, según se calcula, es de 10E+78 ( 10, seguido de 78 ceros)
Entonces, por cada átomo del universo, hay –más o menos- 10E+74 libros de la biblioteca de babel (8,88E+98 (888 seguido de 96 ceros) (se obtiene dividiendo 8,8786E+177 por 10E+74)
Borges inventó el objeto más grande del universo: millones de millones de millones de veces más grande que el universo entero
Te amo georgie

Destinados


A-
Afirman los pocos que tuvieron acceso al Libro de los Acuerdos, que en él se asegura que la Exactitud necesitó introducir el +Azar en nuestro Universo para hacerlo menos previsible, con el propósito de que los hombres no puedan adivinar su futuro[1].
Esta frase que encontré en el relato de un autor desconocido se relaciona con la historia que ayer a la tarde, cuando los porteños nos quejábamos de los 37 grados a la sombra y mirábamos esperanzados la promesa de alivio que se acercaba desde el sur en forma de cúmulos, me contó Germán, el Eterno en La Fosa, mientras sostenía una copa de ginebra en cada mano.

-B-
-Estela –me dijo mientras bebía de su copa izquierda- era poderosa, rectangular y seductora. Sus años de vagabundeo por los confines de lo siniestro, habían hecho de la muchachita de Benavidez, una hermosa hembra en cuya mirada se leía el desprecio por todo lo que no fuera imprescindible para satisfacer sus deseos.
-Me estoy enamorando de ella-le dije sonriendo
-Enrique era frágil y delicado –siguió- Deambulaba absorto por las pequeñas cosas que los demás pasajeros (de este mundo) atropellaban casi con negligencia; pronunciaba lentamente cada palabra mientras desenvolvía cuidadosamente sus pensamientos y sus actos correspondían perfectamente con la lasitud de su cerebro –de esta forma concisa, me los definió a ambos Germán, el Eterno sin hacer caso de mis tonterías y al terminar de hablar, pidió al mozo que le llenara nuevamente su vaso derecho.
-Sin embargo, Estela y Enrique fueron hechos el uno para el otro –me dijo-. Así lo habían decidido en algún lugar antes del tiempo, Las Fuerzas de los Siete Arcanos, (Las Fuerzas de los Siete Arcanos) quienes se pusieron de acuerdo para que ellos dos se encontraran en un exacto segundo, en el preciso lugar; se enamoraran al cruzar sus miradas y engendraran en ese amor sublime aquel hijo que, en cuatro generaciones más, será el que con sus acciones, haga crecer la semilla del Hombre Nuevo. Sencillamente eso. –dijo Germán, el Eterno mientras bebía de su vaso izquierdo y me miraba como queriendo saber si iba comprendiendo-, sencillamente eso.
-Hubo ocasiones, +Canuto –dijo llamándome por mi nombre- en que el entramado del destino pareció alejarlos. Así sucedió en aquella oportunidad cuando los padres de Enrique debieron huir de los sicarios de la dictadura y asilarse en Europa.
Me dirigió una nueva mirada interrogativa.
-Muchos años pasó Enrique en Italia –continuó- mientras Estela, sin sospechar su existencia acompañaba a sus padres en la chacra de Benavidez y cursaba sus estudios primarios en la escuelita del Tigre.
-Cuando después de mucho tiempo de dolor y saqueo en nuestra tierra, Las Fuerzas de los Siete Arcanos permitieron destruir el proyecto mesiánico de la dictadura y posibilitaron a los padres de Enrique volver al país, Enrique, que le había tomado el gustito al primer mundo, decidió quedarse a vivir en Europa. En poco menos de dos años ya tenía su novia finlandesa y estaban esperando un hijo.
Se detuvo unos instantes para observar el polvo arrastrado por las primeras ráfagas de pampero que llegaba del suroeste.
-Estela, en cambio, se encaminaba firmemente hacia su inverosímil vocación religiosa y sus padres, con alarma descubrieron que la única hija tenía intención de hacerse monja– continuó, poniendo cara de asco, Germán el Eterno, mientras volvía a beber de su vaso derecho.
-Para alejarla de esas malas decisiones, pensaron que lo mejor iba a ser un viajecito que le mostrara las delicias de la vida mundana y la alejara del curita aquel que la tenía enamorada. Así fue como madre, padre e hija (la eterna trilogía) partieron de vacaciones hacia la prosaica España, la controvertida Italia y la esparcida Grecia.
-Precisamente allí, en Grecia, fue donde casi se produce el primer encuentro entre Enrique y Estela. Un jueves de mayo, mientras ella descendía del tren en Atenas, él partía -con su novia finlandesa- en barco hacia el Peloponeso y una semana después, mientras ella se embarcaba hacia Ítaca, él abordaba –sólo- un avión rumbo a España y pese a que el aroma del amor flotaba en la maravillosa luz de Grecia, nada sucedió entre ellos. No era el momento previsto por Las Fuerzas de los Siete Arcanos para el encuentro. Sencillamente eso, Canuto.
Quise decir algo, pero me interrumpió con un gesto de su mano, y luego de 3 segundos de silencio, continuó diciendo:
-Si de alguna forma pudiéramos dibujar el camino que siguieron nuestros pasos desde el momento de nacer hasta la muerte habremos escrito en algún incomprensible lenguaje, la trayectoria de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que seremos y si lográramos descifrar esos signos, todo nos resultaría tan claro como claro fue el día de Primavera en que Estela y Enrique no se conocieron; entonces, Canuto, dejaríamos de lamentarnos por las cosas que nos dejaron de pasar, que se nos fueron de las manos, porque sabremos que ellas, van a suceder en su exacto momento o no van a suceder por ser necesario que no sucedan. Por eso –me dijo Germán, el Eterno mientras seguía bebiendo de su vaso derecho-, ahorrate lamentaciones por el desencuentro en Grecia, porque aún no era el tiempo. Sencillamente eso, Canuto.
-C-
-La novia finlandesa de Enrique, adicta a los entuertos, a los latinos y al hachís, un buen día –bueno para Las Fuerzas de los Siete Arcanos, se entiende-, le dejó una nota sobre la cama donde le hablaba del aborto que se había hecho, del nuevo novio portugués y de la necesidad de partir a un lugar donde jamás la encontrara la supina paciencia de Enrique.
-Estela -en un mal día para Las Fuerzas de los Siete Arcanos- se enamoró perdidamente de Estela, su compañera de último año del colegio secundario de Tigre, a la vez que descubría cuan insulso había sido el sexo con todos los compañeritos-conejitos que hasta ese momento había conocido.
-Pero ya sabemos que si Las Fuerzas de los Siete Arcanos, pueden destruir una dictadura, bien pueden enfrentarse a Lesbos, no te preocupes por esto, chiquito -me aclaró Germán, el Eterno, viendo mi cara de confusión.
-Enrique, ya de regreso en el país, desencantado de Europa, pero sobre todo de las europeas -continuó- comenzó a trabajar en una empresa petrolera que lo destinó a la ignota y lejana +Pico +Truncado y sus tareas lo llevaron a pasar mucho tiempo en el campo, donde, aparte de trabajar, estudiaba guijarros, guanacos, ñandúes y nubes en un cielo que de tan rojo, parecía los suburbios del infierno.
-Una tarde especialmente quieta, mientras nuestro amigo Enrique recorría los aledaños del +Cerro Mesa, se quedó observando la estela de vapor que señalaba el recorrido de un avión a gran altura; sin siquiera sospechar que en ese avión iba Estela, a quien debía conocer en el momento supremo de su vida, con su novia Estela al Calafate para pasear por el glaciar. Lo distrajo el tono verdoso que de pronto y por varios minutos, tomó la luz de sol y olvidó la estela del avión[2] –con dos nuevos sorbos, uno al vaso izquierdo y otro al derecho, dijo Germán el Eterno, mientras con delectación se observaba que en la calle de “La Fosa”, el viento anunciaba decididamente la esperada tormenta.
El problema de hablar con Germán, el Eterno, es que él se sabe dueño de todo el tiempo y mi cara debe haber demostrado la impaciencia que su lentitud en el relato me causaba, porque me dijo:
-Canuto pedite una ginebra, que te veo tenso.
Una vez que Heriberto, el Mozo me la sirvió, continuó:
-Vos, Canuto, estás ansioso por ir a comer el asado que te sobró anoche y solamente porque la lluvia me pone feliz -y mi felicidad la disfruto mejor en soledad-, la voy a hacer corta, obviándote la descripción de las muchas veces en que Estela bajó del colectivo al que en la siguiente parada subió Enrique, o cuando Enrique era el tipo que estaba dos personas más adelante de donde estaba Estela en la fila del banco o esa vez que se cortó la luz y él no pudo tomar el ascensor donde venía bajando ella –me dijo Germán, el Eterno compadeciéndose de mí.
-D-
-El día previsto para el encuentro entre Estela y Enrique –prosiguió- ella, ya había cambiado a su amor Estela por su nuevo amor Felicitas con quien compartía un departamento cerca de la plaza de Felipe Vallese y Colpayo ¿la ubicás?
- Si, está acá, por Caballito-le respondí-
-…mientras que Enrique, tenía que retirar su auto de un taller de afinado que queda justo enfrente a esa plaza –ignoró mi respuesta Germán, el Eterno.
-Te podría describir, Canuto, cada lugar exacto del Universo donde comenzaron a sonar las trompetas. También te podría decir de quiénes eran los ojos que espiaban aquello que estaba por suceder y que tantos siglos de planificación le insumió a Las Fuerzas de los Siete Arcanos,  pero como estoy seguro que te quedarías tan en babia como estás ahora, mejor te ahorro los detalles y las conmociones que causó en muchas galaxias a la redonda ese encuentro, –dijo Germán, el Eterno- En compensación, te pido que lo llames al mozo porque se me vaciaron los vasos y vos sabés, que mal puedo contarte algo con los labios tan secos. Sencillamente eso te pido, Canuto.
Una vez servido, continuó:
-El día era de lo más normal. Como hoy, Buenos aires hervía aún por los 37 grados de esa tarde de febrero y las madres, con la excusa de cuidar a sus hijos, conversaban a la sombra de la torre de 35 pisos que, por lo visto, para darnos un poco de sombra, al menos sirvió, pese a las protestas de los vecinos tranquilos de Caballito[3] –continuó Germán el Eterno, una vez que salomónicamente bebió de ambos vasos.
-Todo el poder de Las Fuerzas de los Siete Arcanos estaba concentrado en el encuentro de la pareja que de aquí a cuatro generaciones, daría comienzo al Hombre Nuevo y te aseguro, Canuto, que nada, nada, nada se movía en los cielos.
-Estela -continuó-, como el aire frío que nos iba a traer la tormenta, llegó a la plaza desde el sur, viniendo desde la calle Mendes de Andés con su remera top de flecos y el short deshilachado por el uso. Fijate vos, Canuto, que venía pensando en que esa noche iba a preparar pescado y a descorchar la botella de vino blanco que le regaló Felicitas y que hacía una semana se enfriaba en la heladera.
-Sucede siempre así –comenzó a filosofar Germán, el Eterno- Es la calma que precede a la gran tormenta y de repente todo es vértigo. Sencillamente eso, chiquito, sencillamente eso.
-Enrique, como el sol, llegó desde el este, desde Honorio, donde había bajado del 92[4], pensando que con ese calor, si no le tenían listo el auto, iba a tomar un taxi con aire acondicionado para volverse a Flores, donde vivía en la casa que había sido de sus padres.
-Las mamás de los nenes que jugaban en el arenero seguían con sus charlas a la sombra del edificio de 35 pisos.
Un nene lloró y una mujer acudió a consolarlo.
-El Universo –atento, seguro y tranquilo- contemplaba con millones de ojos el suave deslizarse de la historia dentro de los cauces programados por Las Fuerzas de los Siete Arcanos.
-E-
Estela alzó la vista y lo vio como a media cuadra. No hubo luces de colores danzando en el cielo, ni el trinar acompasado de miles de pájaros. Nada, nada le dijo que ese muchacho de bermudas, ojotas, remera arrugada, mal afeitado, desgarbado y con lentes es aquel a quien el Universo le destinó para, que juntos, inicien la raza del Hombre Nuevo.
-Nada ni nadie se lo dijo, pero así estaba previsto desde los comienzos de todos los Tiempos, y quizá, en algún lugar muy, muy en su interior, ella lo sabía.
Enrique miró hacia su izquierda para cerciorarse de poder cruzar Colpayo y la vio. Pensó “¡qué buena que está aquella flaca!” e inició el cruce que daría comienzo al Hombre Nuevo.
-Casi en el otro cordón los ojos de Enrique se detuvieron en un cascarudo que luchaba tenazmente contra decenas de hormigas coloradas que querían desguazarlo antes que se desatara la tormenta que ya se cernía sobre Caballito.
Se puso en cuclillas pensando que él, en ese momento, era como dios y con solo agitar la ramita de siete hojas que había recogido del suelo podía decidir el futuro de la batalla entre las hormigas y el cascarudo.
-Si lo hago –pensó- quizá dentro de unos cuantos miles de años se escriba El Gran Libro donde se relate como el dios de los cascarudos, lo guió en esta gloriosa batalla contra innúmeros y feroces enemigos y se describa en su capítulo III, llamado también el Libro de las Exégesis, cómo aquel cascarudo que salió airoso de la batalla en la cual, del lado de los múltiples enemigos, hubo demonios y del lado del cascarudo estuvo dios en persona agitando su espada de 7 filos; fue padre de los profetas y de las victoriosas naciones que de ellos se derivaron –dijo Germán, el Eterno medio entre sonrisas.
Enrique dudó que fuera ético intervenir, dado que eso que estaba sucediendo entre el cascarudo y las hormigas coloradas, no era más que el ciclo natural de la vida.
Después de unos instantes volvió a arrojar al piso la ramita de 7 hojas y se levantó, dejando que el Universo animal se las apañara por sí mismo.
Cuando lo hizo, Estela estaba como a cinco metros de él…alejándose.
Ella lo vio a él acuclillado.
Él no la vio a ella pasar.
Sus miradas jamás se cruzaron.
Ella lo miraba a él; él estaba mirando la eterna guerra de las hormigas coloradas contra los cascarudos.
-F-
Las mamás, una a una fueron sacando a sus hijos del arenero y los llevaron a casa, donde los bañaron, alimentaron y pusieron frente a la tele.
Las hormigas desguazaron al cascarudo y en pedacitos se lo llevaron al hormiguero.
Enrique llevó el auto afinado a su casa de Flores.
Estela y Felicitas llevaron a pasear su caniche y después comieron pescado con salsa blanca, bebieron vino blanco y se hicieron el amor.
Exactamente a las 20:25, hora en que Estela y Enrique deberían haber estado fifándose en el “telo” de la calle Avellaneda al 300 de Caballito, se desató la tormenta de agua y granizo y pampero, que nos alivió del calor, al menos por esa noche.
-Sencillamente eso, Canuto, –finalizó su historia Germán, el Eterno, sacándome de mis ensueños al depositar con fuerza su vaso izquierdo en la vieja mesa de madera del bar La Fosa- …sencillamente eso.
-G-
Aún confundido por el sentido –inaprensible- de la historia, llamé al mozo, pagué y sin saludar a Germán, el Eterno quien ya estaba disfrutando en una infranqueable soledad la inminente llegada de la tormenta, salí de La Fosa.
Pensé que podía llegar a casa antes que se desatara la tormenta, pero debía pasar por el supermercado a comprar algún vinito bueno ya que no tenía nada para tomar esa noche con el resto del asado de ayer.
Hacia allá iba cuando se desató la tormenta con toda su furia.
Estaba por cruzar la calle Avellaneda y me guarecí en el kiosco de la esquina[5] hasta que cambió el semáforo.
Agua, granizo y pampero. Me fijé la hora. Eran las 20:25 y calculé que llegaría con tiempo al mercado.
Contento pensé que al menos esa noche en Buenos Aires, se iba a poder dormir con fresco.
(Sencillamente eso)



[1] “No es un castigo ni es un premio: sucede que nuestras vidas tienen un significado exactamente opuesto a la del tigre de Bangladesh o a la de la niña colombiana. Quienes tenemos asignados cantidades de tiempo con el estigma de la periodicidad en nuestros días de vida, simplemente somos el equilibrante que la Exactitud precisó para introducir el Azar en el Universo”. Del Camino, Jorge. El Libro de los Acuerdos.  http://leyendasdelcamino.blogspot.com/. 2009
[2]  En El Libro de las Pirámides Rojizas se hace esta referencia: “Frente a la plaza Sarepramanda de New Delhi vive un niño autista que en la escuela donde concurre, al intentar dibujar la foto de una formación en “V” de aves migratorias, plasmó en el papel un paisaje con muchos detalles. Su maestra, sorprendida, mostró el dibujo al pintor sueco y miembro de la Logia Gran Fraternidad Homogénea, Olaf Jungensen, quien de inmediato identificó al Mont Pico Truncado, ubicado en la +Patagonia, al sur de América. El día anterior, 19 de junio de 1970, el sol del atardecer, tuvo un llamativo tinte verdoso que sorprendió a todos en New Delhi e incluso fue nota en el periódico de mayor circulación en la ciudad, el Magister Post”. Longsam Rampa. El Ojo Oculto con ilustraciones. Pág. 25 a 31 y Pág. 72. Ed. True. London 1971.”. El Mont Pico Truncado, se encuentra a escasos 5 kilómetros del Cerro Mesa, desde el cual Enrique se interesa por el tono verdoso de la luz solar (N del A)” Del Camino, Jorge. El Libro de las Pirámides Rojizas. http://leyendasdelcamino.blogspot.com/ .2009.
[3] El barrio de +Caballito tiene aproximadamente 4 kilómetros cuadrados y 200.000 habitantes, lo que da un promedio de 50.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Los vecinos tranquilos de Caballito entienden que esas enormes torres que se están construyendo, lo mismo que los “shoppings” no solamente modifican la estética del barrio, sino que contribuyen a agravar el problema de los servicios esenciales que ya se encuentran al límite de su saturación desde hace años (N. del E)
[4] El autor se refiere a la Avenida Honorio Pueyrredón y a la línea de micros nº 92, que circula por ella. (N del E)
[5] Es el mismo kiosco que fue asaltado y le quebraron el vidrio de la heladera, según relata este mismo autor en su cuento “El Kubla Khan”. Del Camino, Jorge. El Kubla Khan. http://leyendasdelcamino.blogspot.com/ .2009. (N del E).




Depresion continental




















Vieja designación de la mítica  Ruta Nacional 40 en el pueblo de Bajo Caracoles, Provincia de Santa Cruz, Patagonia Argentina

Todos sabemos que el Cerro Aconcagua, situado en Mendoza, con sus 6.962 metros de altitud es el punto mas elevado de América, pero... ¿cuantos sabemos que la Laguna del Carbón con 107 metros de profundidad bajo el nivel del mar es la mayor depresión continental en América, en el hemisferio sur y el hemisferio occidental ?
¿Será que nos indica algo a los argentinos el hecho de que el punto más alto y el punto más bajo del continente americano se encuentren en nuestro país?

República Argentina, Provincia de Santa Cruz, cercanías de la Ciudad (?) de San Julián, 48 kilómetros al sur por la Ruta Nacional 3, aproximadamente en el km 2300 de la misma

El poeta más desacreditado

Estación Caballito


            Jamás lo vi arrugar ante una pelea, aunque para ser justo, también debo decir que jamás lo vi ganar ninguna –comenzó diciéndole el Bochi a los tres pibes que andaban cartoneando leyendas urbanas por el barrio, con un grabadorcito de periodista y que después de pasar por Bagatela, vinieron a “La Fosa”, buscando a Germán el eterno, quien, seguramente sabiendo sobre estos tres chicos, el flaquito de rastas grises, el colorado de aire melancólico y el otro flaquito de cabello largo, todos ellos estudiantes de alguna carrera de esas que se dictan en la Facultad de la calle Puán; esa tarde no apareció por el bar

***LAS PIRÁMIDES ROJIZAS***

Molinos en la Meseta
Volvía ese domingo de pasar el fin de semana en el campo, donde algún descuidado o pirómano, con las hojas manuscritas que transcribo más abajo -y que entregué a la policía-, quiso encender fuego en una zona de la Laguna de Los Patos, muy castigada por la seca; cuando el Pecoso, puso su bici junto a la mía y a los gritos me preguntó:
-Che, vos que siempre andas por allá –y señaló muy vagamente con la cabeza cualquier punto de la meseta- ¿por casualidad no lo viste al "yoyega" ese que lo medía y le sacaba fotos al Truncado…?

***EL LIBRO DE NÁCAR***

Esa noche de fines de agosto, cuando salimos del Café Literario del pueblo, ya había dejado de nevar y el viento del oeste arrastraba restos de nubes, que ocultaban de a ratos la luna llena. No hacía frío en Pico Truncado y decidimos caminar las tres cuadras que nos separaban hasta la casa de Aurora, donde sabíamos que nos esperaban las delicias de un bar muy bien surtido.
-Muy de Lovecraft- dijo alguien del grupo que marchaba a la cabeza.
Susana y yo íbamos detrás, hablando de libros mientras yo, con disimulo, trataba de distinguir en la oscuridad

***EL KUBLA KHAN***

-1-


Bar La Fosa
Cuando pasé aquella tarde por La Fosa, me llamó la atención no verlo a través del vidrio siempre neblinoso a Germán, el Eterno, sentado junto a la ventana observando la gente que suele caminar por la calle Rojas.

Ni siquiera se me ocurrió sospechar que hubiera ido al baño, porque sobre su mesa no estaban los sempiternos vasos de ginebra de los que él suele beber.

(-Canuto, para mi hemisferio izquierdo bebo con la derecha y con la izquierda tomo la ginebra que quiero que alimente la parte derecha de mi cerebro- me respondió cierta vez que le pregunté por qué dos vasos, dejándome aún más confundido y sin muchas ganas de indagar más por sus manías).

Al pasar de regreso, ya casi llegando la noche, su mirada sin tiempo resonó dentro de mi cabeza mientras yo me encontraba distraído mirando el vaivén delantero de una hermosa señora que venía caminando por la vereda hacía donde me encontraba.

Respondiendo a la llamada, y sintiendo curiosidad por el lugar donde podría haber ido Germán, el Eterno aquella tarde, entré a La Fosa a tomar una ginebra y ver si pintaba alguna historia como la que una vez me relató sobre los libros impresos con una letra de diferencia entre ellos.

-Supe Canuto –dijo a modo de saludo Germán, el Eterno, mientras me invitaba a sentarme en su mesa con su gesto típico para tales ocasiones-, supe que me anduviste buscando.

-Heriberto, ¿me traes una ginebra?, ah, y llená el vaso derecho de Germán, el Eterno –respondí también como un saludo indirecto a ambos y me senté e la mesa de mi amigo, junto a la ventana.

Sin decir una palabra más, bebió de su vaso izquierdo, mientras observábamos cómo en la calle, dos ratis atrapaban a un flaco que –después me enteré- con más hambre que miedo, quiso llevarse los pocos pesos que esa tarde había juntado el kiosquero de la otra esquina y de bronca porque no tenía casi nada, le rompió el vidrio de la heladera de gaseosas.

-Parece que no hay muchas ganas de historias –pensé-, y como siempre, adivinando mis pensamientos, Germán el Eterno dijo:

-Comencé a ojear el libro que me prestaste, aunque sabes que casi nunca leo, y si bien, después de un viaje como el que me mandé esta tarde no me quedan muchas ganas de conversar, te diré mi opinión sobre lo que dice el gorilón ese que te gusta tanto.

Jamás escuché a Germán, el Eterno, provocar a alguien con palabras o hechos, por eso supuse que el viaje de esa tarde –donde haya sido- lo debió cansar en serio, por eso le pedí a Heriberto que ahora llenara su vaso izquierdo, casi vacío.

Con un vaso de ginebra en cada mano, como es su costumbre, y sin dejar de prestar atención el revuelo que se armó entre los vecinos, los patrulleros, el kiosquero y el chorro, comenzó a hablar.


Poema Original
-Borges dice –arrancó directamente- que de un sueño provocado por las drogas, el poeta inglés Coleridge extrajo en 1797 el poema inconcluso Kubla Khan, de poco más de 50 versos, rimados e irregulares, y con una de las prosodias más exquisitas del idioma inglés; donde se describe el palacio edificado en Xanadú por el Kublai Khan, un emperador mogol, quien, sin que Coleridge pudiera haberlo sabido, también había soñado ese palacio en el Siglo XIII y le había ordenado a sus arquitectos que lo construyeran a partir del plano que él mismo guardaba en su memoria .

-Esa es la esencia del ensayo, Canuto –me dijo mientras bebía de su vaso derecho- Por una ¿extraña? simetría ambas obras actualmente se encuentran en ruinas.

Yo despegué los ojos del bardo de la calle y lo miré como diciéndole que ya sabía eso. Sin prestar atención a mi mirada, continuó:


Samuel Taylor Coleridge
-El tiempo, ayudado por algunas de las invasiones o revueltas que asolaron la Mongolia después del Siglo XIII, destruyó el palacio de ladrillos, mármoles, oro y espejos. Hacia fines del Siglo XVII, mediante otro sueño, se intentó reconstruirlo de papel y símbolos dibujados con tinta y una pluma de ganso.

En este punto del relato, llegaron más patrulleros y el amontonamiento de gente en la vereda, no nos dejó ver la indignación del kiosquero, que a los gritos, pedía la pena de muerte como venganza por su vidrio roto.

-Digo que se intentó reconstruirlo –continuó Germán, el Eterno aislándose del tumulto callejero- porque cuando Samuel Taylor Coleridge despertó del sueño provocado por las drogas, recordaba haber compuesto -o recibido, aclara Borges- un poema de unos trescientos versos, pero una visita que llegó al promediar la escritura del verso cincuenta y cuatro, hizo que olvidara todo el resto, conservando apenas una vaga idea de qué es lo que seguía.


-O sea, simplificando, construyó un palacio que desde su inauguración fue una ruina -terminó la idea, después de una breve pausa- Sencillamente eso.

El Kublai Khan
Quienes escribimos –pensé- sabemos de la sensación que nos invade cuando tenemos todo un poema in mente y de pronto cualquier distracción nos lo hace perder. Sabemos que el poema está ahí todavía, pero alejándose a cada instante de nosotros, logramos adivinar sus contornos, quizá entrever su espíritu, pero nos sentimos incapaces de penetrarlo con la claridad que lo habíamos hecho cuando nos “bajó”. Y, por supuesto, totalmente incapaces de escribirlo.

-De todo aquello, colige Georgie –continuó Germán el Eterno luego de sentir que había terminado la corriente de mi pensamiento- que hay una inteligencia a la que, sin afectarle los siglos ni los continentes, quiere imponer a la realidad (a nuestra realidad) el palacio del Kublai Khan y que es posible que dentro de algunos siglos, en algún lugar de la Tierra, otra persona vuelva a soñar y edifique el palacio, ya sea como música o como trozo de mármol, sin sospechar que antes que él, otros dos soñaron lo mismo y lo impusieron como palacio y como poema, (o al menos sus almas dormidas fueron manipuladas para hacerlo) -concluyó.

Haciendo una pausa para beber de su vaso izquierdo, miró mis ojos, para averiguar si le seguía la charla o estaba imbuido nuevamente en mis pensamientos

-Me resulta extraño –continuó- que Georgie haya concebido la existencia de esta inteligencia y, pese a haber supuesto que para ella un palacio, un poema, una partitura o un trozo de mármol es exactamente la misma cosa, no haya siquiera sospechado –al menos el ensayo que estuve cotejando no lo señala así- que antes hubieron otros “palacios del Kublai Khan” con distinta forma (a nuestros ojos).

-¿Antes del palacio? –pregunté.

-Que una inteligencia de tal magnitud haya fracasado dos veces consecutivas (al menos son dos los fracasos que en su ensayo registra Georgie), debe sugerirnos, Canuto, que hay otra inteligencia, parejamente poderosa, empeñada en erradicar de la realidad, aquello que a nuestros ojos apareció alguna vez como el palacio del Kublai Khan.

-Y si doy ya por sentada esta batalla -chiquitín- no tengo por qué ubicar su primer origen en la noche en que el emperador Mogol soñó.

Dando un beso a su vaso derecho, casi con parsimonia, concluyó esta idea:

-Canuto, esta guerra se viene librando desde el comienzo de los tiempos.

Y cuando dijo eso, acomodó su cuerpo para poder mirar mis reacciones.

-En los siglos iniciales del planeta, cuando aún la vida estaba representada tan sólo por unas pocas moléculas que flotaban a la deriva en el océano único; en el continente -también único- que hoy los científicos llaman Pangea, un río extraordinariamente crecido, arrastró contra el estrecho paso entre dos montañas, las piedras que formaron un dique; y ese dique, Canuto, fue el palacio del Kublai Khan. Y ese dique Canuto, fue desbaratado por la siguiente crecida extraordinaria.

Se detuvo un instante, mirando al techo, como buscando (o recordando), otro ejemplo y continuó diciendo.

-La disposición que hace millones de años formaron los árboles de un bosque patagónico hoy petrificado, fue el palacio hasta que un rayo ¿accidentalmente? incendió algunos de esos árboles a poco de haber logrado aquella configuración (aunque si hubiese destruido solamente un árbol, el bosque también hubiera dejado de ser lo que secretamente era).

-Una bandada de aves volando en formación en lo que hoy llamamos Siberia, fue palacio, y esa formación desperdigada por el ataque de un aguilucho y la muerte aterrorizada de uno de los pájaros dejó de serlo.

-Haceme un favor, chiquito, llamame a Heriberto –se interrumpió mientras subían al chorro, esposado en uno de los patrulleros- tengo vacío mi vaso izquierdo.

-El Libro de las Pirámides Rojizas, copiado de unas piedras por el monje Ibrahim Mur-Staf , cuyo único ejemplar se perdió en el incendio de la Biblioteca de Alejandría, también fue palacio…

-Un barco y su tripulación, hundidos camino a la guerra de Troya…fue palacio.

-El poeta leproso Kvo-Lang, a partir de su décimo noveno poema fue palacio y siguió siéndolo hasta que murió lapidado en la ribera norte del río Si-Kiang, mientras intentaba escribir su vigésimo primer poema, el inconcluso.

-Un profeta crucificado hace casi 2000 años en el oriente medio…fue palacio.

-El vientre maduro de una hembra virgen quemada por bruja (por los seguidores de aquel profeta) en la Europa oscurantista…fue palacio

-El palacio soñado por un rey mogol…fue palacio

-Un poema incinerado por el opio y la visita del Prior de Exmoor, fue palacio.

Y sonriéndose anticipadamente de mi sorpresa, terminó:

-El cristal que protegía el frío de las gaseosas de un kiosco de Caballito, quebrado por un ladronzuelo frustrado, fue palacio…

Impactado por esta última revelación, quedé helado, sin que mi cerebro lograra entender la magnitud de lo que acababa de oír. Tardé segundos -o años- en relacionar aquello que vimos hacía instantes nomás, desde la neblinosa ventana, en la vereda del bar, con las palabras y la sonrisa cachadora de Germán, el Eterno.

Cuando logré ordenar mis desordenados pensamientos, le grité a Heriberto, mientras ganaba la calle, que enseguida volvía a pagar mis ginebras y corrí hasta el kiosco de la otra esquina, donde la esposa del kiosquero, diligentemente, ya había recogido los trozos de vidrio colocándolos en una caja de cartón que hacía menos de un minuto había sido llevada por el camión de la basura.

Alcancé a ver como el camión compactador, transportaba las ruinas del palacio, por la calle Bogotá, mezcladas con desechos urbanos, hacia algún relleno sanitario del conurbano.

Me alegré cuando después de un desesperado vistazo por el suelo, encontré un trozo de vidrio que supuse de la heladera y al cual la esposa del kiosquero no había alcanzado a barrer porque estaba medio oculto entre la heladera y el exhibidor de caramelos Arcor.

Ante la mirada desconfiada de la esposa del kiosquero, lo guardé entre mis ropas como si fuera un diamante de Samotracia y durante días lo llevé conmigo a cualquier lugar al que debí ir.

Pasado un tiempo, lo olvidé en el bolsillo de un vaquero que me había cambiado y a partir de ese día, me acostumbré a dejarlo en casa.

Cada tanto, sobre todo en las excepcionales noches en que no encuentro a Germán el Eterno sentado en su mesa junto al ventanal de La Fosa, tomo el trozo de vidrio y lo contemplo buscando no se qué señal, pero por más que lo miro, nada distintivo encuentro en él.

Cada día que pasa me parece más un trozo de vidrio común y corriente que la ruina de un palacio impuesto a nuestra realidad -y destruido en ella- por la guerra eterna, según nuestra forma de concebir el tiempo, entre dos inteligencias que se encuentran mucho más allá de cualquier intento de comprensión humana.

Y aunque estoy seguro que esto no es una broma de Germán, el Eterno, cualquiera de estas noches lo saco con la basura.

 
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(1) Mediante una comparación con libros de un mismo ejemplar y edición, que difieren entre sí, tan sólo por una letra cualquiera ubicada en cualquier página, Germán, el Eterno, me demostró que pese a ser únicos, cada uno de nosotros tenemos miles de copias en este mundo. Al menos para quien debe “leernos”. (NdelA)

(2) Se trata del ensayo “El sueño de Coleridge”. Borges, Jorge Luis. “Otras Inquisiciones”. Pág. 26 Alianza Editorial. Barcelona, 1998. (NdelA)
(3) “Al este de Shang-tu, Kublai Khan erigió un palacio, según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria”. Compendio de Historias, de Rashid ed-Din, aparecidas fragmentariamente en Europa alrededor del año 1836, es decir casi 40 años después de la publicación del poema y 20 años después de que Samuel Taylor Coleridge relatara cómo lo escribió. (Rashid ed-Din fue visir de Ghazan Mahmud, descendiente de Kublai). “El sueño de Coleridge”. Borges, Jorge Luis. “Otras Inquisiciones”. Pág. 30. Alianza Editorial. Barcelona, 1998. (NdelA).
(4) En el ensayo titulado "El Libro de Las Pirámides Rojizas" de Jorge del Camino, se hace una de las pocas referencias que existen, respecto a esta obra del monje persa Ibrahim Mur-Staf (NdelE)