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Yo en Porto Seguro |
Como no lo habíamos hecho nunca, esa tarde con Hueso,hablamos de mujeres.
Entre nosotros, el tema siempre fue tratado a nivel “minas” y era una especie de contabilidad sobre nuestras experiencias: La morocha del 4º; la que vive encerrada con sus gatos; la que se mete en tu casa cuando el marido se va a trabajar; la que se baja del tren a las 9:15; la que lleva su caniche al campito…
Algo meramente numérico, como corresponde a una conversación entre machos.
Algo meramente numérico, como corresponde a una conversación entre machos.
Pero esa tarde, ya sea por un par de ginebras o porque en serio nos afectó la muerte del poeta más desacreditado del barrio de caballito, nuestro lamentable y común amigo Hesperidina, y no estábamos con ánimo de tratar banalidades, empezamos hablando de minas para inmediatamente comenzar a hablar de mujeres y confidencia va, confidencia viene, nos descubrimos ambos enamorados de la misma mujer.
Él desde hace unos 5 años, yo desde hace unos meses apenas.
Pero –ojo- no calientes, porque ambos en su oportunidad, algo tuvimos con ella.
Estamos e-na-mo-ra-dos con todas las letras de Abril, la divorciada que vive sobre Bacacay…esa flaca que tiene los dos perritos rompebolas, que despiertan a todo el barrio cuando salís de su casa medio dormido tipo 6 de la mañana.
Dentro del deshabitado bar La Fosa, nuestras confidencias sonaban como pistoletazos, pero el único que podría haberlas escuchado era Heriberto el mozo, que dormitaba detrás del mostrador, haciendo como que leía Parerga y paralipómena de Schopenahuer.
-Lo tuyo, Canuto –me dijo Hueso después de haber vaciado su segundo vaso de ginebra- es de ahora, es reciente hermano. Yo vengo remándola desde antes de separarme de la gringa, pero no hay caso che, nunca pasé de ser un touchandgou para la flaca.
Encamotado como ando, estaba por responderle que le creía, porque en ese estado, considero que Abril es una mina única, cuando de repente sentí como si alguien hubiera abierto las puertas de un horno a mis espaldas.
Dándome vuelta, vi a Germán, el Eterno, mirándome desde la mesa que siempre ocupa junto a la ventana, con sus dos vasos de ginebra en ella.
-Nadie es único e irrepetible, Canuto –dijo tranquilamente Germán, el Eterno a modo de saludo, mientras dejaba muy suavemente el vaso derecho sobre su mesa- todos somos una de cientos de copias de algún otro.
Me sorprendió verlo ahí, porque hacia apenas un instante, la mesa estaba vacía, Heriberto el Mozo continuaba con el libro de Schopenhauer, sin haberse movido de su sitio, la puerta del bar, desvencijada y chirriante, no había sido abierta –la hubiéramos escuchado- y sin embargo ahí estaba adivinando mis pensamientos, con sus dos vasos de ginebra llenos.
Uno jamás se acostumbra a estas cosas extrañas de Germán, el Eterno...
Su mirada delataba cansancio, mucho más cansancio del que puede producir una mala -o una excelente- noche.
-En nuestro egocentrismo creemos que somos irreproducibles. –continuó Germán, el Eterno, sin darnos tiempo a que lo saludemos o amaguemos sumarnos a su mesa, que es la que mejor vista tiene de la gente que va o viene desde la estación de trenes- Estamos convencidos de que cuando por fin se extinga la llama que nos señala, ya jamás habrá alguien parecido a nosotros en todo el universo.
No solo su voz sonaba extraña, sino que no hizo el típico ademán de invitarnos a sentarnos con él a compartir charlas y bebidas.
-Querrá estar solo, ¡vaya uno a saber de donde –o de cuando- viene!-pensé.
Con Hueso, esperamos a ver si continuaba hablando. Cuando advertimos que no lo iba a hacer, nos miramos en silencio y sin ponernos de acuerdo, continuamos con nuestras confidencias en un tonito un poco más bajo.
-Heriberto, llename el vaso derecho y de paso, alcanzame el libro ese que estás leyendo, por favor –dijo Germán, el Eterno, después de unos minutos, con la voz pausada y profunda que suele tener cuando está cansado.
Que Germán, el Eterno quiera leer un libro en La Fosa, es raro, pero mucho más raro es que pida leer un libro obra de otro misógino empedernido, de quien en varias oportunidades, aseveró que no le gustaba nada lo que escribía.

Esperanzado en saber por donde había andado Germán, el Eterno, me acerqué con mi vaso a la ventana, dejándolo a Hueso rumiando sus males de amor.
-Vos leiste este libro ¿no? –me preguntó sin invitarme a sentar.
-Si, dos o tres veces y algunas otras veces lo leí de a fragmentos, comenzando por cualquier lugar.
-Dejando de lado lo que dice, ¿qué te pareció la obra en sí? -volvió a preguntarme.
-Y…es una edición muy cuidada. Las tapas bien elaboradas, el tipo de letra grande, tiene un prólogo de Borges…
-¿Estás seguro que leíste este ejemplar o fue el otro de esta misma tirada, que está en la biblioteca del bar?
-Realmente no se, quizá éste, quizá el otro. Cuando tengo ganas de leer, manoteo un libro sin fijarme si es el ejemplar que estaba leyendo o el otro. Ambos son iguales. ¿Por qué?
Germán, el Eterno bebió un trago prolongado de su vaso izquierdo antes de responderme.
-Te habrás dado cuenta, Canuto, que pese a lo cuidado de la edición, a este ejemplar, por ejemplo, se le deslizaron 3 errores: en la página 19, hay una j donde debe haber una h; en la 12, pasa lo mismo entre una h y una g y en la 49 entre una u y una o (1) (2).
-Si…quizá lo haya notado, pero son errores insignificantes y en el contexto de lo escrito, no ocasionan inconvenientes de interpretación, por eso no le di bola.
-Claro, suele pasar así. Vos notaste que tenía pequeños errores. Al leer el otro ejemplar, también encontraste errores y supusiste que eran los mismos.
-¿No son los mismos? -pregunté- Pero, si es la misma tirada, deberían serlo.
Ya había logrado intrigarme Germán, el Eterno.
Era conciente de que me estaba diciendo algo importante, pero aún no lograba identificar cuál era el meollo de la cuestión que quería transmitirme, y que seguramente estaba relacionada con su viaje de esta tarde.
-No se…los leí. Quizá haya agarrado este o el otro y sabiendo que en esa edición se produjo un error, la segunda vez ya no me llamó la atención encontrar el tal error.
-No, no es el mismo error ni en las mismas páginas –agregó mientras dejaba sobre la mesa, sin haber bebido, el vaso derecho- Podés cotejarlo vos mismo si tenés tiempo y ganas. Pero créeme, es así como te digo.
-No dudo de vos –agregue innecesariamente.
-Si estos dos libros y todos los de esta edición, o de cualquier edición tuvieran conciencia, se pensarían a si mismos como “únicos e irrepetibles” porque se sabrían diferente a los otros, precisamente por esos pequeños “errores”, o porque son décimas de milímetros mayores o menores; o porque el papel tiene una leve tonalidad diferente…
Llegado a este punto, Germán, el Eterno se quedó mirando el vacío tras la sucia ventana de La Fosa, como buscando las palabras que a continuación me dijo:
-Pero cualquier lector, por más cuidadoso que sea, al leer uno de estos ejemplares –retomó el tema, volviendo de donde lo había llevado su mente- diría como dijiste vos: “Si, leí a Parerga y paralipómena”, porque ¿qué le hacen 2 o 3 letras de diferencia en cientos de miles que puede tener un libro?
Mirándome con su mirada sin tiempo agregó:
-El dios que nos lee a nosotros, ineficiente y descuidado, como podrás apreciarlo Canuto –dijo señalando a dos chicos de menos de 8 años que aspiraban pegamento en la otra vereda- quizá no encuentre ninguna diferencia entre vos y tu Abril, la Única… ¿o acaso pensás que si Adolph Hitler hubiera muerto en la primera guerra mundial, no se hubiera producido la segunda?
-No, por supuesto que no. En el contexto socioeconómico de la época, era inevitable la segunda…-comencé a tratar de dar cátedra, siendo interrumpido por Germán, el Eterno.
-Eso, Canuto, es lo que crees vos. Pero la realidad es que había miles de Hitler dando vueltas en 1933, así como hay miles de Bush o de Abril en 2010. El dios que nos lee es estúpido e ineficiente, pero sabe que no debe jugar a los dados con el universo. Genera muchas personas de un mismo tipo y cada una de ellas se cree diferente al resto porque así presumen que lo señala un par de letras que no hacen a la esencia de la diferencia, fundamentalmente porque para quien tiene que “leerlos”, esa diferencia es invisible.
Se detuvo bruscamente y repensando lo dicho, dijo:
-Cuando la cantidad de letras "cambiadas" son las suficientes, el libro deja de ser "Parerga y paralipómena" y pasa a ser, que se yo, "Pinocho", o "Las mil noches y una noche", pero el cambio es muy paulatino. Nadie podría asegurar donde deja de ser uno para transformarse en el otro.
Hizo uno pausa larga, más larga que lo necesario, para beber un sorbo de su vaso izquierdo. Luego, sin desviar su vista de la ventana, agregó:
-Y las diferencias que nosotros vemos entre nosotros, no son significantes. No lo son ni el color de pelo, ni el sexo, ni la estatura, ni la renguera de algunos...
Su mirada se perdió en el techo del bar, buscando otro ejemplo. Cuando lo halló, me dijo, siempre mirando hacia arriba:
-Muy difícilmente en un campo sembrado de trigo, Canuto, distingas una planta de otra, pese a que son seres vivos que nacen, se desarrollan, se reproducen y mueren y cada una de ellas, de poder hacerlo, te diría que es única e irrepetible.
Giró su cabeza y mirándome fijo a los ojos, agregó
-Formamos parte de uno de los campos sembrados de humanos. Quizá vos y Abril, la única, sean exactamente iguales...o vos y yo, Canuto, lo seamos...y ¿andá a saber quién es la persona que tiene todas las letras del libro en el orden exacto, sin errores?
Dicho esto, Germán, el Eterno, bebió un sorbo de su vaso derecho y se puso a mirar atentamente a cada una de las personas que pasaban frente al bar. Después de un minuto de silencios, entendí que ya no iba a hablar más sobre el tema.
Afuera, la tarde dejaba paso a la noche. La gente iba apurada rumbo a la estación; el tránsito como siempre desordenado se hacía peor cada vez que bajaban la barrera.
Aún sin aprehender el significado de la charla de mi amigo, me acerqué a Heriberto, el Mozo y le pagué las ginebras que habíamos tomado con Hueso, a quien saludé con el brazo, de lejitos nomás.
Me sentía halagado por ser, quizá, igual a Abril, la mujer de la que me estoy enamorando o a Germán, el Eterno, un capo en cualquier cosa, salvo en cantar.
Yo sabía que a esa hora Abril estaba llegando del trabajo, y como casi todas las tardes me dirigí a encontrarla “casualmente” en la cuadra donde está Bagatela, del otro lado de la estación, a veces solo para decirle hola y darle un beso en la mejilla, otras para acompañarla a su casa a tomar algo y combinar algo más, …pero los bocinazos de un tren a la gente que, pese a la barrera baja, seguía cruzando, me distrajeron de ese pensamiento y mientras miraba pasar el tren, parado a escasos dos metros de las vías, volví a sentir, como siempre me sucede, el vértigo de las ruedas atrayéndome hacia su tracatrac tracatrac tracatrac hipnotizante.
Veía hundirse las vías por el peso del tren y me imaginaba siendo triturado por ellas, mientras el mundo, girando, se desvanecía en rojo, acompañando los gritos de espanto de los ocasionales testigos.
De repente, me di cuenta que si yo fuera arrastrado por ese vértigo, accidentalmente o no, nada se perdería.
Hay miles de Canutos dando vueltas por cualquier ciudad del mundo. Me sentí un árbol más del bosque que habita Buenos Aires, igual a esos tres muchachotes que en las escaleras del puente, estaban fumando porros, igual a la señora que le grita a su celular, igual a cualquiera.
Antes de que terminara de pasar el tren, ya había decidido no encontrarme “casualmente” con Abril y, lentamente, volví a mi casa, pensando ¿a quién sería igual Abril ante la persona que debe “leernos”?, ¿a quién Hugo?, ¿a quién yo…?
¿Hay un original de cada libro? ¿Será Germán, el Eterno un “original”?
Al pasar frente a La Fosa, evité mirar hacía allí. Sabía que adentro estaba Germán, el Eterno, de quien sentí su mirada examinándome muy profundamente, recorriendo una a una mis ideas.
Corrí porque comenzaba a llover... (esa fue mi íntima excusa).
(1) En su cuento La Lotería de Babel, Borges dice: “No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares”. Borges, Jorge Luís. Ficciones pág 64. Buenos Aires, Emecé, 1988
(2) JHU son las iniciales del nombre real del autor de este cuento.
(1) En su cuento La Lotería de Babel, Borges dice: “No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares”. Borges, Jorge Luís. Ficciones pág 64. Buenos Aires, Emecé, 1988
(2) JHU son las iniciales del nombre real del autor de este cuento.